Salí de la estación. Nevaba. La gente piensa que Nueva York es bonita cuando nieva, pero esa "belleza" dura dos días. Al tercer día la blanca nieve se convierte en una especie de barro amontonado en las esquinas de la calle y a los lados de la carretera. Al tercer día, la magia e ilusión que provocan los copos de nieve se vuelve a transformar en la rutina, estés y prisa de todos los días. La gente pasa por la calle como cualquier otro día, como si toda esa alegría que debería rodearles no fuera con ellos, como un vídeo a cámara lenta por el que pasan a velocidad ultra rápida millones de hormiguitas.
Escondí mis manos en las mangas de la sudadera y seguí andando. Me costaba acostumbrarme a que el 27 de Noviembre las calles ya estuviesen cubiertas de nieve.
Entré en un Starbucks. Busqué entre las diversas personas que se encontraban en el establecimiento. Todas ellas eran diferentes: ancianos, jóvenes, adultos, familias, parejas, solteros, amigos. Me fascinaba la independencia de la gente. La facilidad que tenían para ser ellos mismos sin importarles lo que dijesen los demás. Por ello, para mi, Nueva York es La Ciudad. La Ciudad de todos, nadie se siente indiferente en Nueva York.
Tras echar un vistazo comprobé que no había nadie conocido. Me senté sola en una mesa y pedí un café.
-Hija. -una voz seria, inexpresiva y más grave de lo normal. Hacía mucho tiempo que no escuchaba aquella voz, pero la recordaba perfectamente.
-Padre.
Espero que os haya gustado!!! (Tengo nueva imagen de despedida jjj)
No hay comentarios:
Publicar un comentario